Inexplicablemente, a pesar de estar situado en pleno casco histórico (calle Jovellanos), pasa desapercibido, incluso, para los que viven en esa zona. La próxima vez que caminen por allí, fíjense en el caserón que hay al lado de Casa Puga. Asómense por las rejillas y descubran al llamado Cristo del Portal, también conocido con el nombre de Cristo Carbonero.
La historia, como no podría ser de otro modo, tiene varias versiones. Yo me quedo con la que reflejó el gran Joaquín Santisteban y Delgado en las páginas de La Crónica Meridional (20 de agosto de 1924). Según él, un carbonero dibujó a capricho, en un éxtasis de fe, un Cristo con carbón que después fue objeto de reverencia y respeto hasta día de hoy. Santisteban nos refiere la tradición de que en un portal de la calle de Santo Cristo existía un depósito de carbón. La persona encargada de su venta tenía una serie de dotes artísticas que demostraba a sus clientes al trazar dibujos con el material que ofertaba. Un buen día, alguien le lanzó un reto: «Sabes hacer dibujos toscos pero jamás pintarás un Cristo». Él lo tomó como una ofensa y procedió a dibujar a Jesús de forma tan clara que hasta se detallaban sus facciones. Esa historia se fue transmitiendo de boca en boca, atribuyéndose el hecho a un milagro, con lo que el Cristo dibujado comenzó a ser objeto de adoración… y de donativos.
Cuando pasó el tiempo y la casa cambió de manos, los nuevos inquilinos decidieron borrar la imagen picando en la pared, pero el Cristo surgió nuevamente como si de una cara de Bélmez se tratase. Toda tentativa de hacer desaparecer el Cristo resultó inútil. A partir de entonces, el pueblo le imploró y siguió haciéndole partícipe de sus promesas a cambio de rezos y monedas. Unas épocas con más afluencia y otras con menos, pero su culto siempre ha estado activo desde entonces (exceptuando, por lógica, los periodos de guerra). En mayo de 1842, la Diputación Provincial pide al Ayuntamiento que se cumpla la siguiente ordenanza: Deben desaparecer de las calles de Almería las efigies existentes, trasladándose estas a las parroquias correspondientes para evitar su profanación o deterioro. Por aquel entonces, la casa del Cristo del Portal era propiedad de Francisco Vázquez Capilla, quien, por imposibilidad de cumplir la normativa (no se puede trasladar un dibujo hecho en una pared), decide colocar un lienzo blanqueado para ocultar el prodigio. Tiempo después habitan la casa López de Sagredo y Magdalena Escolano, que colgaron un óleo de Jesús en su muerte. Cuadro, que, por cierto, quiso comprar el obispo D. Alfonso Ródenas para llevar al Palacio Episcopal, tras bendecirlo. Por otro lado, el propio Jesús de Perceval se encargó de retocar la imagen actual (en el dorso del cuadro está el sello de la Escuela Indaliana), que es obra del pintor almeriense Francisco Capulino-Lanuza Pérez (más conocido como “Capuleto”).
Les decía al principio que había más versiones de esta historia. Últimamente se ha popularizado una de ellas al ser recogida en Diario de Almería por uno de sus articulistas (hasta en cuatro ocasiones), del que sorprenden tales afirmaciones ya que es conocida su animadversión a los temas relacionados con la leyenda y lo sobrenatural y, como nos relataba Joaquín Santisteban, la historia tiene base real. Aun así, es interesante a modo de anécdota lo que en el mencionado diario se nos cuenta a pesar de la poca fiabilidad de su firmante:
Después de ser expulsados los moriscos tras las revueltas de 1490, se procede a repartir sus bienes entre los nuevos repobladores. Entre ellos se encontraba la susodicha casa, que va a parar a manos de Álvaro de Solís (mayordomo, escudero y diputado de Fernando de Cárdenas, alcaide de La Alcazaba), decidiendo este montar una hospedería en el lugar para que fuese regentada por su esposa, Guiomar de Sanabria.
Un fría noche, a principios del siglo XVI, se personó en el lugar un hombre de aspecto desaliñado y andrajoso, más parecido a un mendigo, pidiendo un techo donde dormir. La dueña no vio procedente dejarle una habitación pero se apiadó de él permitiéndole pernoctar en una pequeña dependencia bajo la escalera, recostado sobre un montón de paja sin preguntarle nombre ni lugar de procedencia. A la mañana siguiente, del hueco de la escalera emanaba una luz cegadora y no había rastro del misterioso viajero. En su lugar había un Cristo dibujado con carboncillo en la pared. Esa noticia, como es lógico, se tomó como un milagro. El resto de la historia ya la conocen.
Actualmente la casa pertenece a Ricardo Molina. Su suegra, María Berenguel Andújar se la dejó en herencia a su mujer, Antonia de la Paloma Navarro. Si me permiten una recomendación, caminen por esa calle una noche de verano, época en la que el Cristo del Portal está iluminado y se puede admirar en su máximo esplendor. Si tenéis curiosidad, por hacer una de las rutas del misterio donde podréis descubrir este y otros encantos ocultos de la ciudad de Almería, contactad con EMOCIOM: 950801112