El Dios de Castala

Un hombre bueno, sonriente, tranquilo y amante de la naturaleza que de buenas a primeras dejó a su familia en el pueblo y se enroló en un retiro espiritual en compañía de la fauna y la flora de Castala. Le apodaban ‘Dios’, seguramente por sus agradables consejos y su gran sabiduría, a pesar de no ser capaz de leer ni escribir una sola palabra. Su aspecto campechano se transformaba cuando alguien osaba maltratar a un ser vivo o fumar. En ese último caso, ‘Dios’ solía sacar una máscara y ponérsela en la cara para no respirar esa polución. Si se paran a pensarlo, quizá el bueno de José Marín Fernández (así se llamaba), pudo ser uno de esos dioses de la Antigüedad. No se inmutaba si algún zorro, jabalí o serpiente se atrevía a acercarse a él. Una simple mirada o un toque de su bastón bastaban para amansar a las fieras, las cuales parecían idolatrarle también. Y servirle. Fíjense si era conocido, que despertó el interés del periodista Tico Medina, quien hasta se desplazó a la cueva del ‘Dios’ para entrevistarle en los años sesenta. Su descripción me hace imaginar a un auténtico hombre prehistórico, aunque con albarcas y cayado. «Viene hacia nosotros vestido de pana, con profundo olor a jaramago en su vieja camisa remendada, y lleva puesto un pasamontañas. Pertenece a la más clásica fauna ibérica que sólo se encuentra en estas geografías nuestras en las que tanto abundan los genios y los locos»[1].

Lleva meses viviendo en la Sierra de Gádor, con la única compañía que le otorgan sus pensamientos y reflexiones, su comunión interior, viviendo en paz como un animal más, con permiso de su perro Bolero, fiel y protector amigo. Su mujer, a la que apodan ‘la Virgencita’ (sobran las explicaciones), sube de vez en cuando para llevarle un plato de comida caliente a pesar de que a él le sobra y le basta con su pequeño huerto donde cultiva patatas y fruta, siempre a estilo rústico. También tiene colmenas. Se refugia en la “Cueva del cerezo”, donde dicen que estuvo uno de los apóstoles evangélicos, San Tesifón, que hoy rivaliza con nuestro protagonista por ser la divinidad más importante que ha pisado esas tierras de mineros y parraleros. «Jamás enciendo lumbre. Nunca… Mis comidas son siempre frías… Y aun en las noches más heladas, sin manta que tengo siquiera, sin colchoneta, sobre el mismo suelo pelado, no enciendo la llama… Es un símbolo del infierno que no gusta a Dios», confesó al periodista granadino, a quien le reveló que le gustaría morir en esas sierras, donde había encontrado una paz que todos necesitamos. Y así fue.

A pesar de las inmejorables crónicas de Tico Medina, yo quería conocer de primera mano el testimonio de alguien que recordase haber visitado al ‘Dios’ cuando estaba en la cueva. Y lo logré gracias a otro sabio, José Miguel Callejón, persona que me contó infinidad de anécdotas de este hombre cuya leyenda se engrandecía a medida que recopilaba informaciones. «Claro que lo conozco, mi abuelo lo bautizó, ―afirma para abrir conversación―. Un día fui con mi abuelo hasta el lugar donde vivía ‘Dios’ y recuerdo que me cogió en brazos para subirme y que pudiera alcanzar las cerezas que cultivaba. Me quedé impresionado porque estaba entre colmenas, sin protección, y con los brazos cubiertos de abejas. Cuando le pregunté si no le picaban, me dijo “a Dios no le pican las abejas”».

Situaciones rocambolescas se daban si alguien osaba encender un cigarrillo cerca de él. Bautizaba como apóstoles a los que trabajaban en las minas, quienes le invitaban a comer a cambio de leña, aunque si alguno de ellos fumaba, como ocurrió con un tal Daniel, ‘Dios’ le reprendía con su garrote o con amenazas. «A Daniel le dijo que si encendía más cigarros, iba a dejar de ser San Pedro».

Las gentes de Castala no olvidarán su peculiar pose y presencia cuando eran las fiestas y sacaban la procesión. «’Dios’ se asomaba desde uno de los peñones más altos para seguir los festejos desde la distancia, huyendo del humo y de los cohetes». ¿Saben por qué tenía tal animadversión al tabaco? Al parecer, de joven cuando era pastor y se dedicaba a la trashumancia por la zona del Poniente almeriense, se echó una novia en uno de los puestos. Esta, al enterarse de que José Marín tenía otra novia en Berja, le echó algo en un cigarro. Desde entonces empezó a comportarse de forma extraña.

Comentado fue el incidente que protagonizó con Jesús “el Catorce”[2], cuando el conocido bandolero decidió esconderse de la Guardia Civil en la cueva de ‘Dios’. La Benemérita estuvo preguntando por los alrededores, pero él no reveló a José Marín su verdadera identidad. Jesús, desconocedor de los problemas que podía causarle encender un cigarro en “Cueva del cerezo”, a punto estuvo de recibir un garrotazo en la cabeza, ataque al que contestó con un disparo en el brazo. «¡Venías a pegarme! ¿Acaso eres el diablo en vez de Dios?», le contestó el forajido.

Aunque la que es su anécdota más recordada tiene que ver con la máscara de gas que solía ponerse. El caso es que su hijo, José Marín Gándara, fue llamado a filas para hacer la mili, pero para evitar hacerla decidió alegar que su padre padecía algún tipo de enfermedad mental que le impedía trabajar, teniendo él la responsabilidad de traer el pan cada día a su familia. Imagínense la cantidad de intentos que tuvieron que hacer para convencer a ‘Dios’ de que fuera a Almería a que un tribunal médico certificase lo que su hijo había expuesto. Sólo pudo convencerlo Julio Acosta Gallardo, importante vecino, que lo llevó en su coche a la capital… ¡pero sin que ‘Dios’ quisiera quitarse la máscara antigás que usaba para protegerse de los humos! La estampa que protagonizaría en las calles almerienses caminando con el rostro escondido tras esa “careta” debió de ser impagable para los cientos de curiosos que le salían al paso. Genio y figura don José Marín Fernández, cuya singular vivienda aún hoy se puede visitar, siendo frecuente el paso de senderistas por allí.

[1] MEDINA, Tico: Almería al sol. Caja de Ahorros de Almería, 1963.

[2] Durante la entrevista que le hice a Jesús ‘el Catorce’ en la residencia de Dalías en la que vive, este aseguró no acordarse del “incidente” que tuvo con el ‘Dios’ de Castala. Existe también otra versión de la historia, y es que “Dios” iba a enseñarle una placa que le habían dado, pero “el catorce” pensó que se iba a sacar un arma, disparándole por temor. Al parecer la bala rebotaría en dicha placa y por eso el daño no fue tan grave.

[1] “Almería al sol” (1963), de Tico Medina.

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Alberto Cerezuela
Alberto Cerezuela

Editor, investigador y escritor.

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